Fuera cae una llovizna fina. El
aire está limpio y húmedo. Dentro del restaurante, estamos al abrigo. La mesa
es larga.
Durante la mañana hemos visitado la quesería. Los dos hermanos, Paco
y Jesús, han compartido con nosotros su trabajo, su esfuerzo, sus proyectos, su
sacrificio. Nos hablan de jornadas eternas, de cuentas por cuadrar, de
inversiones, de noches sin dormir, de preocupaciones, de trabas burocráticas,
de un novio que abandona el banquete el día de su boda para ir a ordeñar a las
cabras… Y, casi sin querer, sus palabras y sus ojos declaran la pasión e
ilusión que sienten por sus animales, por sus quesos, por su proyecto vital.
Ahora, en el comedor, los
comensales disfrutamos de los manjares de la comarca. Buena comida, ambiente
cálido, charlas amigables, risas y confidencias. De pronto, alguien pregunta
qué haríamos si nos tocara la lotería. Todos opinan, sugieren, aportan. Más
risas y chanzas. Sigue la conversación por otros derroteros. Casi todos han
compartido sus sueños, menos Paco. Lo tengo enfrente. Ha escuchado atento,
sonreído de vez en cuando, pero ha callado.
- Paco -le
pregunto- ¿qué harías si fueras millonario?
Levanta la vista. La mirada
perdida. Piensa. Vuelve a sonreír.
- Lo dejaría todo. Me iría a
vivir lejos. En una casita en la montaña, sin gente.
- ¿Y ya no harías
quesos?, pregunto inquieta.
Y con mirada cómplice, me
confiesa:
- Sí, claro … haría uno
al día.
Y es que hay gente que enamora,
como sus quesos.
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